29.9.09

Primer intento (*)

La desnudez cubría su cara cuando él llegó a casa, siempre la encontraba así, sollozando, quejándose, chillando como una vieja loca. Al principio le parecía atractivo. Su forma tan racional y cuerda necesitaba un complemento inestable. Siempre había creído que serían eternos, que el tiempo y la rutina no los tocaría, pero allí estaba, mirándola como a una desconocida. La observaba con el mismo recelo de quién se encuentra con una gallina media pelada. De esas gallinas viejas que ya ni huevos ponen. Para él se había convertido en eso, en un animalejo monótono y predecible, que se exasperaba ante cualquier mínimo acontecimiento. Hizo memoria y no podía recordar cuando había sido la fecha exacta en que esa mujer se había vuelto un revoltijo de lana usada, de esa lana con la que se teje y se vuelve a deshacer el tejido para hacer algo nuevo, el problema es que el tejido nunca queda bien y la lana se pone lánguida y pelucienta de tanto usarla.
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He la ahí, arrinconada por sus miedos.

Él, el hombre de su vida, el hombre bravo que se enfrentaba al mundo envuelto en un aura de invencible. Él, hombre de armas tomar, de decisiones sin vuelta atrás, quien llevaría en sus hombros sus vidas lejos del yugo paterno.

Allí está ella, vela ahí: escondida tras el miedo; esperando, temerosa y resignada, la golpiza venidera.

Ella, quien despreciase a cuanto amante la cortejase; burlando el cariño y cuidado de sus padres para conquistar, seguir, atrapar a ese escurridizo hombre de la chaqueta a cuadros, de pelo en pecho y barba abundante.
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Ya se había hecho habitual todo esto.
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Él llegaba a su casa con una cara de mil perros molestos y rabiosos. Ella lo esperaba tras la puerta con su pastel favorito, con mucha crema, con fruta endulzada, comiendo hasta el hastío. Hace años que le habían diagnosticado diabetes, pero sus pulsiones suicidas siempre le ganaban y pasaba cocinando pastelillos y kutchen toda la tarde para “él”, esperando que esta vez por fin le agradara.
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Pero hoy sería diferente. Ella no había cocinado ningún pastel. De hecho, ni siquiera había salido de la habitación. Yacía ahí, con el control remoto en la mano, cambiando los más de 1001 canales del cable -fútbol, Cinema Classic, Play Boy, Discovery Channel-. “Aburrido, todo demasiado aburrido” -pensó.

Hoy sería distinto, porque ya no cacarearía, sabía que Él odiaba eso. Hoy le propondría salir a cenar afuera, tomarse un trago e irse a algún motel, o mejor aún, ir y hacer “el amor” en algún lugar poco habitual.
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Animada se levantó y se dirigió hacia el clóset; en el rincón más telarañoso estaba aquel vestido verde que levantaba su busto y resaltaba sus ojos pardos. Se alistó y lo esperó ansiosa. Empezaba a respirar rápido –cosa habitual en ella porque una vez al día sufría alguna crisis de ansiedad, pero siempre tenía sus fieles ansiolíticos a mano.
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Recostada con el rostro desnudo, lo esperó largo rato.

***

Nunca ella hablo sobre esa noche. Se llevaría hasta la tumba lo sucedido después que, cansada y recostada en su cama, esperara paciente la última llegada de su temible esposo.

***

Afuera, en la calle, sólo se escuchaba la pelea de unos perros callejeros, adentro, en su cama, solamente la acompañaba su respirar agitado. Ilusionada, nuevamente no llegó él, al parecer nunca llegaría. Siempre jugaba a inventar historias para aplacar su soledad. Se vestía, gemía, lloraba, sufría sobre supuestos que imaginaba, sobre suspiros insípidos que a nadie correspondían. Hoy sería un hombre violento, temible, un esposo que se aburría de su histérica mujer, de la monotonía de su largo matrimonio, mañana será otro; quizá se imagine a un hombre más joven y fogoso, e inventará que se amaban con pasión, pero su amor no sería permitido, pues ella estaba casada con otro… Y así, así se pasaría la vida, encerrada, vistiéndose y desvistiéndose como una gran actriz que debe alistarse para su próxima escena. Seguiría viviendo en su mundo fantástico, lleno de hombres y personajes ficticios que la asfixian, inventando y esperando la compañía de alguien a quién, sin embargo, teme encontrar.

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* Texto escrito con estrecha cooperación -fue un juego, un cadáver esquisito- de Ecto. (original)

2 comentarios :

Ectoplasmatica dijo...

Tenemos que juntarnos a beber una cerveza, y hacer un salud por nuestro primer hijo jaja

:)

Mauricio Pardo dijo...

Si, deberíamos. Dio a luz (en mi blog) el primero de nuestros cuentos. Un hijo ya grande, ¿no?.

¡A celebrar!

Perdón por publicar sin citar tus valiosos aportes de escritora cómplice.

Saludos, y... ¡salúd!