5.4.25

Ausencia con Ritmo de Tren

te extraño

no en la almohada

sino en el aire que respiro

en las esquinas que doblan

las voces de la tarde


ayer creí escucharte

en el rumor del café

—pero no eras tú—

era el eco de mi costumbre

de buscarte en lo cotidiano


ahora camino al dojo

(ese templo sin dioses)

para domar con gestos lentos

este animal herido

y entre la luz del atardecer

sobre el tatami desgastado

juré verte aguardando

—pero no eras tú—

solo polvo jugando

con mi memoria


tú cruzaste el puente

sin dejar huellas

yo me quedé en esta orilla

con un puñado de tal vez

y este nudo en la garganta

que no es llanto

—no es por ti—


El niño que una vez fui

está gritando en vano, 

contra el viento del olvido


y no,

no te perdono todavía

no por soberbia

sino porque al doblar la esquina

de nuestra calle

todavía me sorprendo

esperando ver

tu silueta recortarse

contra la persiana baja

y tu mano

—esa mano que conocí tan bien—

abriendo lentamente

la puerta que ya nunca

se abrirá para mí.

5.1.25

Dos de hielo

Al llegar a casa, a veces, en la penumbra, con el alma hecha trizas, escucho un tango roto. Un suspiro aquí, otro allá, y en el aire se disuelven las rimas olvidadas de esos poemas que nunca llegaron a nacer.

"Claro, con dos de hielo, por favor..."

La noche cae sin prisa, entregándose sin resistencia a Morfeo, mientras un pensamiento desordenado, atrapado en el calor que no cesa, murmura: "Para este corazón, fuiste tú lo que alguna vez fuiste... pero ya no hay más."

¡Ay! Maldito tiempo, tan caprichoso, tan escurridizo. Cómo pasa, cómo pasa. Aquella que bebió mis besos, la que compartió mis noches, se fue, se desvaneció, y su imagen se disuelve en polvo de recuerdos que ya no pesan. Ya no es la misma que llenaba el aire de suspiros, ni la que se desvanece, lentamente, en el olvido.

"Las nostalgias se van... no queda nada." ¡Ay! Amor propio, sonríe.

Sello

En un apretón de manos, los viejos sellaban su palabra. No había nada más importante que la palabra dada. Era su alma, su honor, la razón por la que eran llamados Hombres.

Y yo les creía.

Era un pacto entre Hombres. Como decía el cura los domingos: "En el principio fue el Verbo, la Palabra, y con ella se creó todo. La Palabra es Dios, y todos surgimos de su dictado". El poder de la Palabra Dada era sinónimo de pensamiento cumplido, no de su máscara.

¿Qué ocurrió con el poder de la palabra, ahora desgastada, en nuestro tiempo?

No soy un romántico soñador. Sé que siempre han existido y existirán dudas y engaños, en todo lugar y época. Pero recuerdo ese pacto, cuando de pequeño los veía. En un apretón de manos, era un todo o nada, un espacio sagrado dentro del tiempo mundano, un momento que fue, que ya no existe, pero que merece ser tiempo en sí mismo.

¿Ser adulto es solo decepcionarse de los adultos que queríamos ser?

Vivo. Aún respiro, camino, siento, y a veces, aún me engaño. La vida es un flujo: se vuelve difícil al pensarla, monstruosa al nombrarla. En ella lucho, sobrevivo, sigo. Y así voy, entre destino, cambio y esperanza, esa última chispa que arde en lo más profundo de la caja, la que me mantiene en pie.

¿Algún día podré ser el adulto en el que otro pueda creer?

Pienso: dar amor y marchar. Y dejo de pensar. Felizmente avanzo.

Mi palabra, aunque gastada, es amor, y surcará los caminos de la vida, dejando, como dice Machado, "estelas en la mar". Que así sea.

Y así, con cada palabra que cruzo, intento devolverle algo a ese pacto perdido, algo que el tiempo desgasta pero no borra por completo. Porque, al final, en el eco de las palabras que compartimos, en el amor que damos y recibimos, sigue viva la promesa de lo que fuimos, de lo que aún podemos ser.

Y si un día la vida me arrastra lejos, que sea con la certeza de que, al menos en mi corazón, la palabra siga siendo mi alma, mi honor, ese recuerdo que, como los viejos, sellé con un apretón de manos, sin arrepentimientos, palabra dada que nunca muere a ojos inocentes.

Que así sea.

Si el huracán llevara tu nombre...


Si el huracán llevara tu nombre, nunca dejaría de estar volando por los aires, avanzando sin temor (o con él) hacia su centro, buscando tu templado ojo.

Si el huracán llevara tu nombre, soportaría mejor esta pena que me eleva, donde ni el mar, ni la tierra ni el cielo podrían ser una barrera capaz de detenerte.

Si el huracán llevara tu nombre, sin duda serías temida, amada y respetada, un mito para los hombres ingenuos, sonámbulos seguidores del rastro de tus tragedias.

Si el huracán llevara tu nombre, muchos lo repetirían en sus labios: unos con urgencia, otros con temor, asombro o resignación, ecos llevados lejos en cada soplo, cada ráfaga, cada hebra que trae tu vertiginoso encanto.

Si el huracán llevara tu nombre, sería implacable: no habría santuario de Dios donde pudiera refugiarme, ni deseos de evitar ser arrastrado, hasta agotarme.

Ausencia con Ritmo de Tren

te extraño no en la almohada sino en el aire que respiro en las esquinas que doblan las voces de la tarde ayer creí escucharte en el rumor d...