Te odio,
pero no como se odia al enemigo.
Te odio porque te quise demasiado
y porque todavía,
aunque duela,
te sigo queriendo un poco.
Te extraño,
y me dueles.
Cada suspiro es una trampa
que me lleva de vuelta a ti.
El corazón,
ese terco,
no aprende.
Late como si aún fueras parte de mí,
aunque hace tiempo
que me echaste del mapa
de tu vida.
Recordarte es inútil
y, sin embargo,
te pienso a diario.
Tus ojos,
cafés y tranquilos,
me duelen más que el olvido.
Estoy molesto contigo,
sí.
Porque no se vale doler tanto.
Porque hiciste que cada recuerdo
sea una espina.
Porque tu ausencia aprendió a quedarse
como si fuera una costumbre.
Y aun así,
mira qué ironía,
solo deseo que estés bien.
Que sonrías.
Que logres lo que soñaste
(aunque yo no esté en ninguno de esos sueños).
Y mientras tú tal vez
ni recuerdes mi nombre,
yo sigo aquí,
cargando con tu fantasma.
Me dueles en la garganta
cuando callo.
En el pecho,
cuando respiro.
En las manos,
que ya no tocan las tuyas.
En los ojos,
que buscan sin encontrar.
Me dueles en el ayer
que no vuelve
y en el hoy
que no sabe olvidarte.
Y si tú
ya no piensas en mí,
¿por qué,
dime,
por qué
tengo que ser yo
quien aún lo haga por los dos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario