te extraño
no en la almohada
sino en el aire que respiro
en las esquinas que doblan
las voces de la tarde
ayer creí escucharte
en el rumor del café
—pero no eras tú—
era el eco de mi costumbre
de buscarte en lo cotidiano
ahora camino al dojo
(ese templo sin dioses)
para domar con gestos lentos
este animal herido
y entre la luz del atardecer
sobre el tatami desgastado
juré verte aguardando
—pero no eras tú—
solo polvo jugando
con mi memoria
tú cruzaste el puente
sin dejar huellas
yo me quedé en esta orilla
con un puñado de tal vez
y este nudo en la garganta
que no es llanto
—no es por ti—
El niño que una vez fui
está gritando en vano,
contra el viento del olvido
y no,
no te perdono todavía
no por soberbia
sino porque al doblar la esquina
de nuestra calle
todavía me sorprendo
esperando ver
tu silueta recortarse
contra la persiana baja
y tu mano
—esa mano que conocí tan bien—
abriendo lentamente
la puerta que ya nunca
se abrirá para mí.