19.10.08

Que los Árboles no te dejen ver el Bosque.

Domingo. Estación Quinta Normal. Ocho menos cinco de la mañana. La Gente se agolpa en el portal de entrada, esperando el minuto del comienzo. Ellos, congelados en su espera, ven el tiempo pasar por las rejas de ese portal, al acecho. Un hombre de azul, surgido de la nada, gira las llaves que significaban el comienzo: en un instante (como eonita soberbio) ha quebrado la fría espera, y dado el puntapié a la rueda del "día y el quehacer".

Ocho en punto. La Gente ingresa, como si se debieran cumplir los aristotélicos lineamientos del "horror vacui": llenan los espacios, se desplazan, bajan las escalera, caminan por los pasillos, acuden las las boleterías por boletos, inundan los carros. Esperan. El Carro esta ahí como una nueva residencia bajo la tierra.
El viaje empieza con todos ya asignados a sus puestos en la lombriz metálica. Todos están ahí. Todos y "Ella": la divina mujer de nuestros tiempos, María.
María. Ella se veía tan inmaculada, tan pura en su vida, tan rústica, tan sencilla, tan niña. María. Ahí te veías mirando por la ventana el ansioso avanzar de los minutos, por ahí veías buscando tus pensamientos, tan santa, tan mujer. María ¿Acaso tu imagen no merecía ese nombre? ¿Acaso no temblaría cualquiera ante tan inocente mirada de quien vive la vida como puede?. Tu imagen, María, merecía mi respeto, siendo la Gente no mas que tu corte, siervos que adornaban tu caminar, y el Carro una calabaza encantada que apresurada te llevaba a tu destino. María, ¿de dónde es tu reino?.

La Gente cabizbaja, adormilada, ansiosa, paciente, esperaba el fin del paso del tiempo dentro de la lombriz y tú, María, esta ahí de pie, vigilante al paso de los tiempos, tal vez pensado en tus hijos, dejados a este mundo, no por la salvación de la Gente, sino por la grandeza de tus manos. O sera que piensa en su hombre (¿Juan?), en el amor que lo acompaña (o acompañó). María, santísima en tu estar de pie, tú inundas el aire con tu belleza de muchacha de vida; santificados sean estos momentos de contemplación.
El Carro se detiene. Varias Cabezas levantadas ven el destino. Decidiéndose, algunas, descienden; otras simplemente se quedan estáticas en su puestos.

Tú, María, has visto el fin del tiempo de viaje a través de la ventana. Yo, atónito, veo que te vas inmersa por la lombris que corre "bajo mi piel".

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