11.11.08

El tiempo no había pasado en vano. Caminar había sido uno de los mejores ejercicios que podían existir. No pensaba. Solo observaba. El silencio nocturno es el mejor amigo del alma atormentada.

En cada paso que daba en aquel verdoso parque, observaba el mundo detrás de los árboles, ciego por los mis prejuicios de hombre cansado y confuso, de ideales perennes, estancado en mi túnel.


"Caminar hace bien al cuerpo al alma, pues lo descarga del día y la noche, de las ideas, y los malos sueños" decía el viejo. Pocas cosas habían sido tan ciertas en esta vida como aquello. Viejo loco.

No llevaba mucho de caminar, cuando veo a unos muchachos. Ellos eran la figura que en la calle ya no sorprende: artistas de 14-15 años. Al acabar el día, ellos mantenían los volantes "cautivos" en los semáforos, con actos perdurarían por cuanto se los permita la luz roja. Uno jugaba con aquellas resfalosas clavas, lanzándolas al infinito, en giros confusos y mañosas expresiones de simulado riesgo, destinadas a despertar a los conductores. Una figura raquítica hacia círculos en el aire con sus pañoletas en constante tensión. Eran un pareja de artistas, eran una pareja de niños. Pero, en un beso arrancado del final del espectáculo (algo furtivo, bastante vidrioso), esos dos demostraban ser más que una pareja de pequeños artistas.

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